Sunday, April 23, 2006



Vertedero de cretinadas

Por éktor henrique martínez



DICCIONARIO DE CALÓ






«Es preferible ser ladrón
y hablar en caló
que ser pedante
y hablar en galimatías»


Nikito Nipongo
El Diccionario, 1958







El caló, antiguamente conocido como el lenguaje de los gitanos, también llamado germanía, lunfardo, argot, slang, no es un habla moderna sino una jerigonza bárbara nacida desde antaño en los estratos sociales miserables. Hoy en día el caló, conocido como el dialecto de los chulos, rufianes y prostitutas, cohabita con el lenguaje "decente" y lo vuelve pícaro, contestatario y antisocial.

El diccionario de la Real Academia Española informa que caló "es el lenguaje o dialecto de los gitanos adoptado en parte por el pueblo bajo" (es decir por los pobretones). Pero también es un léxico de germanía: "jerga o manera de hablar de ladrones y rufianes, que usaban ellos solos y compuesta de voces del idioma español con significación distinta de la genuina y verdadera, y de otros muchos vocablos de orígenes muy diversos."

Nikito Nipongo dice que hoy no es atinado separar la germanía del caló ya que ambas jerigonzas se han mezclado. Y advierte el destacado lingüista que "la palabra caló cuenta, por extensión, con un segundo significado. Caló se llama a una jerga de clase parecida, ya sea que descienda de la española, como nuestro caló o caliche; o tenga fuentes distintas, como el slang del hampa de los Estados Unidos, el argot de París, el Rotwelsch alemán, el lunfardo de Buenos Aires....".

Nuestro caliche es una variedad lingüística del idioma español, un subtipo de expresión idiomática que se ha venido configurando y evolucionando a partir de innovaciones y alteraciones léxicas del lenguaje formal. Su dominio o manejo es distinto según sean los niveles de cultura, educación o estratificación socioeconómica de sus hablantes.

El caló es verba brava del habla popular, se constituye de expresiones ausentes de toda formalidad donde se advierte la corrupción del lenguaje. Digamos que caló es lenguaje vulgar y distorsionado, pero sabroso, chusco y divertido. Sus voces son ambivalentes porque, según la euforia o la pasión de los parlantes, puede representar insultos o halagos. Al respecto, apunta Ruis en su Libro de las malas palabras (Grijalbo, 2001), que nadie debería sentirse ofendido al recibir una mentada de madre, pero, no obstante, hasta los huérfanos se enojan con tal imprecación. En efecto, y es que las palabras no significan nada herético o inmoral, pero la estúpida tradición --beateril, mojigata y prejuiciosa-- las ha estigmatizado encasillándolas como voces malsonantes, en palabrotas, retahila de groserías, peladeces, leperadas.

En el caló se refleja la rudeza del lenguaje, se muestra la ignorancia del insolentillo que quiere encubrir su incultura, se manifiesta la conducta antisocial del rencor, del rechazo y de la miseria humana. En esa jerigonza no sólo se externa la inconformidad sino que también se revelan el saber popular, los usos y las costumbres de un pueblo dotado con un bagaje de refranes, albures, modismos, neologismos, construcciones y deconstrucciones morfológicas y sintácticas. Asimismo, el caló representa la búsqueda de una forma de comunicación e identidad.

Soy partidario de la idea de que todo mundo es dueño de un hocico libre para hablar de la manera como le venga en gana y no parlar con el mismo miedo que siente un perro cuando se aparta de un puercoespín erizado. Acritud y crudeza el lenguaje siempre ha tenido. Si no se habla pelangochamente el entusiasmo se entibia. Qué importa que digan que hablar en caló sea más feo que tirarse un pedo en misa. Pero el que sabe caló y no lo parla es como el que no se tira un pedo por miedo a cagarse. El caló, slang, lengua vulgar, especie de jerga y de dialecto, patrimonio lingüístico de la perrada, es la verdadera creación del lenguaje, apuntó en su diario César Pavese, quien dedicó su corta vida a la búsqueda de la palabra.

El presente prólogo al Diccionario de caló lo quise despachar en unos cuantos renglones, pero me engrané tirando túrica. Ni pedo. Lo que he apuntado aquí no es más que mi puñetera hipótesis y lejos estoy de afirmar que el trompabulario que he confeccionado sea una chingonería. Sin nalguearme mucho puedo, en cambio, sí afirmar que su materia prima fue la calle o como dijera Fernández Retamar en un poema: la universidad de la vida, o como espetarían los sociólogos de cubículo: la experimentación de campo. Lo peor sería hacerle al payaso cretino con fuerte olor a coladera.

El Diccionario de caló que hoy echo a los ojos de la pelusa se trata de una labor gozosa que abarca más de 17 años. Es un lexicón estructurado a través de recopilaciones empíricas recogidas en conversaciones mundanas, entrevistas, anotaciones y comparaciones teóricas de otros lexicones. El trabajo lo inicié sin darme cuenta y no sé cuándo fregados lo voy a terminar. Ofrezco aquí sólo un entremés de mi jale de pepenador de palabrejas choleras.

Bueno, no quiero alargar más este birote. No estoy ni en la mitad del pedo, pero... debo interrumpirlo para no fastidiarlos. Espero que de perdida agarren cura, que yo me conformo con una estrepitosa carcajada que ustedes suelten al momento de leer las mamadas que consigno en este texto charamusquero. Que sirva de supositorio cultural o para confetis ese ya no es pedo mío. Ai se guachan.




Tijuana, Baja California, 2 de octubre de 2003.